Otomíes

Hñahñus u otomíes.

Al igual que otros grupos indígenas, los otomíes, o hñahñus, no ocupan un territorio continuo, sino que se encuentran dispersos en varios estados de la República mexicana: Estado de México, Querétaro, Hidalgo, Puebla y Veracruz. Los otomíes se nombran a sí mismos hñahñu, que significa “los que hablan otomí”. La palabra otomí es de origen náhuatl (singular: otomitl, plural: otomí); pasó al español bajo las formas otomí (plural otomíes), othomí, otomite, othomite.

Las mujeres visten enredos formados por seis tiras de 16 centímetros cada una cosidas a lo largo, las cuatro tiras centrales son de manta blanca; las otras dos azul oscuro cuadriculadas en azul pálido. El enredo tiene un ancho de 2.65 metros por 95 cm. de largo. La blusa es de manga corta y escote cuadrado rematado con un ribete de puntas, está bordada en colores brillantes sobre el pecho y las mangas con figuras humanas o de animales en punto de cruz o con chaquira. Arriba de las blusas las mujeres usan un quechquémel, tejido en algodón blanco con una ancha franja de lana morada o roja que tiene la particularidad de formar escuadra al fondo de la prenda sin que los hilos estén cortados; cuando quema el sol las mujeres acostumbran taparse la cabeza con el quechquémel. Los hombres visten calzón, camisa de manta blanca y un ceñidor de algodón blanco, con un fleco finísimo de macramé bordado en colores. Llevan cotón negro o azul con rayas blancas, morral de ixtle y huaraches.

Una de las estrategias de los otomíes para asegurar su continuidad como cultura, que incide en todos los demás ámbitos de la existencia social, es la compleja vida ceremonial. La vida ceremonial se manifiesta en el culto a los santos patronos, en los santuarios regionales y, además, en los oratorios familiares, culto que aún pervive en la región. Practican la religión católica, mezclada con sus propias creencias; rinden culto al Señor de la Caña y al Señor del Divino Rostro, incluso existe una asociación ex profesa para esta imagen, tienen sus propias capillas donde practican el curanderismo y realizan peregrinaciones privadas a los bosques de los cerros aledaños, como el Cerro de la Campana y el de Tepexpan. Sus capillas son oratorios familiares, en los cuales se rinde culto a la Santa Cruz y al Señor del Divino Rostro, el cual se asocia a Tláloc y Otonteuctli, dioses prehispánicos del agua y el fuego, respectivamente. La aparición de esta imagen presenta versiones encontradas, por un lado se dice que apareció en una piedra y otros aseguran que fue un caballero montado a caballo quien dejó el manto con la imagen en la zona.

Su actividad económica fluctúa principalmente entre las labores del campo (cultivo, siembra, cosecha y almacenamiento), el rentismo parcelario, el pequeño comercio y el trabajo asalariado.

Su tradiciones y costumbres son muy arraigadas (día de muertos, carnaval, feria de tomate y ritos para mejorar las cosechas), las ancestrales danzas de Santiagos, Negritos, Acatlaxquis, Moros y Matachines, entre otras, que rememoran las antiguas tradiciones y creencias de la población.

La vida ceremonial, los movimientos de reivindicación política, las maneras de concebir el mundo, la naturaleza en su relación con los hombres, la forma de entender y organizar la vida colectiva, fundada siempre en relaciones de ayuda mutua y de reciprocidad, entre otras cosas, son los recursos con que cuentan para enfrentarse nuevamente a un tiempo crítico.

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